Publicado en Efe Eme el 3 de octubre de 2007
Se acabó, hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante voy hacérselo saber por notificado a los responsables de la organización de la venta de entradas para los conciertos de Bruce Springsteen en España, aunque seguro es más saludable para mi sentido común y paciencia humana quedarme fuera de esta disparatada carrera de locos. Porque el paso previo a un concierto de Springsteen en este país es dar rienda suelta a la chapuza consentida por parte de los organizadores, pero también, por parte del segundo de abordo, el fan, es asumir histerias colectivas, alimentadas por la incompetencia de quienes deberían prever la magnitud de este acontecimiento, que lejos de ser nuevo se repite cada año como el mito de Sísifo.Lo apuntaré de antemano: Ver a Bruce Springsteen en directo no está por encima de todas las cosas. Tal vez, cuando tenía dieciocho años sí lo estaba, porque por aquella época solía responder a mis pasiones más desenfrenadas. Pero, a estas alturas y después de esta última, yo me quedo en casa mientras no dejen de tratarme como a un borrego. Las cosas como son: Tick Tack Ticket, Doctor Music y el resto de parafernalia que rodea a la organización de la venta de entradas de un concierto de Springsteen en España deberían claudicar y pagar los platos rotos que dejan con cara de tontos a sus miles de seguidores. Me importan un comino los comunicados oficiales y notas de prensa, las cifras que se excusan hablando de record de demanda de entradas, los problemas de conexión, el disculpe las molestias o el vuelva usted mañana. Si Bruce Springsteen viene a España (desde 1981, por cierto) asuman ustedes las consecuencias, háganse cargo de lo que acontece, que hay mucho dinero por medio y demasiado tiempo para prepararlo. Hace más de un mes que Televisión Española ha quemado su parrilla informativa con la promoción del último disco y la gira del cantante, mientras todos los medios de comunicación se inundan de lo mismo. Sepan que en Estados Unidos no pasa, en Europa tampoco. Sepan que los precios son los mismos o muy parecidos. No me tomen por tonto. El promotor de Springsteen no me hace ningún favor. Es un negocio redondo. Apuesten por Marah, Willie Nile, Joe Grushecky o Gary US Bonds, todos ellos del entorno de Springsteen, todos ellos música que promocionar. Pero si se traen al músico más mediático del planeta, al único capaz de movilizar a media España un martes por la mañana, hagan el maldito favor de hacerlo de una vez por todas en condiciones. Ya está bien de servidores informáticos que no funcionan desde primera hora de la mañana, de páginas webs que revientan siempre en el último paso, de teléfonos que comunican toda la mañana sin posibilidad de ser descolgados y de alimentar la locura con su desvergüenza. Sí, descaro, desvergüenza, porque lo de rellenar formularios en el Carrefour, tras dos horas de espera con los ordenadores colapsados, dejando teléfono, DNI y número y tipo de entradas a solicitar, ha sido lo más bananero que se puede echar uno en la cara. ¿Han probado a tirar esas mil entradas al río Manzanares y que nos lancemos todos a por ellas? Al menos, promocionarían las Olimpiadas de Madrid 2016. Aunque antes tendría que preguntar si tal reparto de entradas aumentaría los más de cuatro euros de gastos de distribución. Nunca se sabe. El lanzarlas al aire es todo un trabajo. Lo que pasa es que les da igual, o juegan con ventaja, no lo sé. El fan de Springsteen, y alguno más, tiene mucho de ciego y sordo, que se estrella como una mosca contra el mismo cristal una y otra vez a cambio de la catarsis del directo de su apreciado artista. Lo sé por mí mismo. Pero hasta me estoy cansando de mí mismo. Nunca pensé que lo diría. Desde que tengo uso de razón soy fan de la música de Bruce Springsteen pero, sinceramente, la razón no está ligada a este circo. Cómo se explica sino que en la misma cola para sacar entradas convivan con sus manías y personalidades el chaval que se salta el primer día de la universidad, el oficinista de traje y corbata, el rockero con la camiseta de los Stray Cats, la madre de cuatro hijos que esa mañana no va a la compra, el matrimonio que sólo tiene un perro, el anciano que viene por él y por los nietos, la pareja pija que acude a esta cita como acontecimiento social que contar en la próxima cena en el chalet o la señora que sabe más que nadie del protagonista después de veinte años de secreto amorío. Todos, mientras, aguantan la interminable espera.Pero, ya que hablamos negro sobre blanco, conviene decir que en esta diversidad también surge siempre el mismo problema: un evento en el que participa Springsteen siempre trae exaltación inusitada. No todos están preparados para ella. Es algo sabido desde hace mucho tiempo. Muchos fans, de la primera, de la segunda, de la actual y hasta de la próxima generación, pierden los nervios con facilidad porque consideran que este señor de Nueva Jersey es suyo. No soportan no verle, no rendirle una fabulada pleitesía cada vez que pasa con su música por estas tierras. No sé que me molesta más, si la codicia plutócrata que resuelve todo este negocio, donde Bruce Springsteen es uno de sus más rentables productos con estadios siempre llenos y entradas por las nubes, o la falta de respeto y la mezquindad de muchos que corean sus canciones como si fueran himnos. Hablo de esos que hacen de este delirio su mejor campo de batalla donde la perrería y el egoísmo se camuflan en sonrisas y cancioncillas de Springsteen en el móvil. Supongo que lo primero está ya asumido, lo segundo no tanto. Al fin y al cabo, lo mejor de la música de Bruce es la otra gente que conoces, porque la mejor música, cualquiera que sea, te hace conocer a la mejor gente. Es por lo que todavía no tiro la toalla pero me enfado el doble con esta tomadura de pelo de organización y enajenación de parte del personal. Por eso, y por la música de Bruce Springsteen, que siempre es lo que queda. Me la tomó como lo que siento que es: una expresión artística a respetar, a cuidar y a difundir con garantías. Lo digo desde mi humilde papel de fan, seguidor, fiel, o llámenme como quieran, de la música rock, a la que considero una opción cultural como otra cualquiera que merece ser tratada con rigor y responsabilidad aunque sólo sea por las sangrías de dinero que supone ir a un concierto como el de Springsteen, o semejantes, o comprarse un disco recién editado. Y si sólo quieren hacer de esto una opción de ocio más dentro del entramado de entretenimiento de las sociedades modernas, de acuerdo, pero recuerden una cosa: En todo esto, existe el derecho a denunciar, más aún cuando las pruebas son irrefutables. Y, por supuesto, existe la reivindicación del sentido común por encima de todas las cosas.
FERNANDO NAVARROSe acabó, hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante voy hacérselo saber por notificado a los responsables de la organización de la venta de entradas para los conciertos de Bruce Springsteen en España, aunque seguro es más saludable para mi sentido común y paciencia humana quedarme fuera de esta disparatada carrera de locos. Porque el paso previo a un concierto de Springsteen en este país es dar rienda suelta a la chapuza consentida por parte de los organizadores, pero también, por parte del segundo de abordo, el fan, es asumir histerias colectivas, alimentadas por la incompetencia de quienes deberían prever la magnitud de este acontecimiento, que lejos de ser nuevo se repite cada año como el mito de Sísifo.Lo apuntaré de antemano: Ver a Bruce Springsteen en directo no está por encima de todas las cosas. Tal vez, cuando tenía dieciocho años sí lo estaba, porque por aquella época solía responder a mis pasiones más desenfrenadas. Pero, a estas alturas y después de esta última, yo me quedo en casa mientras no dejen de tratarme como a un borrego. Las cosas como son: Tick Tack Ticket, Doctor Music y el resto de parafernalia que rodea a la organización de la venta de entradas de un concierto de Springsteen en España deberían claudicar y pagar los platos rotos que dejan con cara de tontos a sus miles de seguidores. Me importan un comino los comunicados oficiales y notas de prensa, las cifras que se excusan hablando de record de demanda de entradas, los problemas de conexión, el disculpe las molestias o el vuelva usted mañana. Si Bruce Springsteen viene a España (desde 1981, por cierto) asuman ustedes las consecuencias, háganse cargo de lo que acontece, que hay mucho dinero por medio y demasiado tiempo para prepararlo. Hace más de un mes que Televisión Española ha quemado su parrilla informativa con la promoción del último disco y la gira del cantante, mientras todos los medios de comunicación se inundan de lo mismo. Sepan que en Estados Unidos no pasa, en Europa tampoco. Sepan que los precios son los mismos o muy parecidos. No me tomen por tonto. El promotor de Springsteen no me hace ningún favor. Es un negocio redondo. Apuesten por Marah, Willie Nile, Joe Grushecky o Gary US Bonds, todos ellos del entorno de Springsteen, todos ellos música que promocionar. Pero si se traen al músico más mediático del planeta, al único capaz de movilizar a media España un martes por la mañana, hagan el maldito favor de hacerlo de una vez por todas en condiciones. Ya está bien de servidores informáticos que no funcionan desde primera hora de la mañana, de páginas webs que revientan siempre en el último paso, de teléfonos que comunican toda la mañana sin posibilidad de ser descolgados y de alimentar la locura con su desvergüenza. Sí, descaro, desvergüenza, porque lo de rellenar formularios en el Carrefour, tras dos horas de espera con los ordenadores colapsados, dejando teléfono, DNI y número y tipo de entradas a solicitar, ha sido lo más bananero que se puede echar uno en la cara. ¿Han probado a tirar esas mil entradas al río Manzanares y que nos lancemos todos a por ellas? Al menos, promocionarían las Olimpiadas de Madrid 2016. Aunque antes tendría que preguntar si tal reparto de entradas aumentaría los más de cuatro euros de gastos de distribución. Nunca se sabe. El lanzarlas al aire es todo un trabajo. Lo que pasa es que les da igual, o juegan con ventaja, no lo sé. El fan de Springsteen, y alguno más, tiene mucho de ciego y sordo, que se estrella como una mosca contra el mismo cristal una y otra vez a cambio de la catarsis del directo de su apreciado artista. Lo sé por mí mismo. Pero hasta me estoy cansando de mí mismo. Nunca pensé que lo diría. Desde que tengo uso de razón soy fan de la música de Bruce Springsteen pero, sinceramente, la razón no está ligada a este circo. Cómo se explica sino que en la misma cola para sacar entradas convivan con sus manías y personalidades el chaval que se salta el primer día de la universidad, el oficinista de traje y corbata, el rockero con la camiseta de los Stray Cats, la madre de cuatro hijos que esa mañana no va a la compra, el matrimonio que sólo tiene un perro, el anciano que viene por él y por los nietos, la pareja pija que acude a esta cita como acontecimiento social que contar en la próxima cena en el chalet o la señora que sabe más que nadie del protagonista después de veinte años de secreto amorío. Todos, mientras, aguantan la interminable espera.Pero, ya que hablamos negro sobre blanco, conviene decir que en esta diversidad también surge siempre el mismo problema: un evento en el que participa Springsteen siempre trae exaltación inusitada. No todos están preparados para ella. Es algo sabido desde hace mucho tiempo. Muchos fans, de la primera, de la segunda, de la actual y hasta de la próxima generación, pierden los nervios con facilidad porque consideran que este señor de Nueva Jersey es suyo. No soportan no verle, no rendirle una fabulada pleitesía cada vez que pasa con su música por estas tierras. No sé que me molesta más, si la codicia plutócrata que resuelve todo este negocio, donde Bruce Springsteen es uno de sus más rentables productos con estadios siempre llenos y entradas por las nubes, o la falta de respeto y la mezquindad de muchos que corean sus canciones como si fueran himnos. Hablo de esos que hacen de este delirio su mejor campo de batalla donde la perrería y el egoísmo se camuflan en sonrisas y cancioncillas de Springsteen en el móvil. Supongo que lo primero está ya asumido, lo segundo no tanto. Al fin y al cabo, lo mejor de la música de Bruce es la otra gente que conoces, porque la mejor música, cualquiera que sea, te hace conocer a la mejor gente. Es por lo que todavía no tiro la toalla pero me enfado el doble con esta tomadura de pelo de organización y enajenación de parte del personal. Por eso, y por la música de Bruce Springsteen, que siempre es lo que queda. Me la tomó como lo que siento que es: una expresión artística a respetar, a cuidar y a difundir con garantías. Lo digo desde mi humilde papel de fan, seguidor, fiel, o llámenme como quieran, de la música rock, a la que considero una opción cultural como otra cualquiera que merece ser tratada con rigor y responsabilidad aunque sólo sea por las sangrías de dinero que supone ir a un concierto como el de Springsteen, o semejantes, o comprarse un disco recién editado. Y si sólo quieren hacer de esto una opción de ocio más dentro del entramado de entretenimiento de las sociedades modernas, de acuerdo, pero recuerden una cosa: En todo esto, existe el derecho a denunciar, más aún cuando las pruebas son irrefutables. Y, por supuesto, existe la reivindicación del sentido común por encima de todas las cosas.
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